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La Primera Carta a Pablo, el mayor

“El Murciélago”

 

31 de Octubre del 2020

    Querido Pablo,

 

    Hoy nos visitó mi papá en forma de un murciélago justo afuera de la puerta de la villa de Puerto Vallarta. Estaba yo juntando los huevos para capturarlo en mis dedos y hacerle cariño pero ya sabes que yo soy tardada. Perita y Roge armaron escándalo cuestionando todas las posibles enfermedades que tendría. Llegó uno de los señores de limpieza con el soplador de hojas y le echó aire a la pobre cosita. Iba yo persiguiendo al señor pidiendo que parara porque me daba horror ver al murcielaguito dar volteretas en el viento, todo pequeño y frágil y delicado. Quedó en el zacate y no volaba. No lo toqué porque en ese momento no me acordaba que no son peligrosos ni cargan enfermedades: no me acordaba que en Santiago los mataban en su misma cueva, que les aventaban bombas y les prendían fuego y ahora por eso está lleno de mosquitos en la Presa de la Boca. Ya no me acordaba porque tenemos siete años que vendimos la casa en Santiago y se me olvidaron los veranos que traía los chamorros todos picoteados, y todavía más, antes de eso, cuando veíamos la nube negra de murciélagos salir al atardecer.

    El murcielaguito fue y se escondió en unas plantitas con sombra y quiero pensar que sólo va a descansar y en la noche se reúne con sus compañeros. Pensé en regresar por él, ¿pero luego qué? ¿Me lo traigo en el avión? ¿Me lo llevo a Monterrey? ¿Se lo pongo de vaquero a la Pan y que ella lo pasee en el departamento? Ni modo que esté moviendo de ciudad al murcielaguito. Mejor dejarlo en Puerto Vallarta.

    En el grupo de Whatsapp de la familia les dije que a falta de colibríes el espíritu de nuestro padre había llegado a saludar en la víspera de Halloween. Escogió al murciélago porque ellos se comen a los mosquitos y quiso llegar a salvar a nuestra madre del dengue. Por todo el escándalo con el murciélago Roge y yo llegamos tarde al aeropuerto.

    Me arrepiento de no haber ayudado al murciélago, y no importa si me hubiera mordido, porque luego puedo decir que soy vampiro porque me mordió un murciélago en Halloween. Sería una excelente historia.

    Me fugo a nuevos lugares. Batallo en mantenerme aterrizada en el Planeta Tierra, Pablo, me invento historias constantemente. Alguien dirá algo y eso me lanza a una nueva historia. Ahí me voy— a la fantasía— para contestar tu pregunta. (“¿A dónde te vas cuando se te hacen los ojos vacíos?”) Estoy en otro mundo, Pablo. Te preguntaría que me dijeras como regresar, pero seré honesta: no quiero regresar. Siempre me ha gustado el mundo de fantasía, más que el mundo real. Las historias simbólicas me traen más satisfacción que la vida real. ¿Será malo? No puedo imaginarme otra manera de ser para mí. Me gusta vivir aquí en la fantasía, donde controlo todos los aspectos de la existencia.

   Dile algo a Mamá, Pablo. La quise convencer que se viniera a Monterrey a terminar de recuperarse. El dengue le está metiendo una chinga. Me revuelve el estómago nomás de pensarla en Torreón sola.

 

Con mucho amor,

Tu hermana Bony

1. El Murcielago

La Segunda Carta a Pablo

“El Cabello de Jessica”

 

3 de Noviembre del 2020

 

    Querido Pablo,

 

    Te voy a platicar cómo conocí a Jessica.

    Hace varios años tomé una clase de literatura inglesa clásica con una profesora súper chida llamada Marjorie Swann. Era una señora miniatura con el cabello gris y lentes y siempre estaba vestida de morado. Era una nerda muy entusiasta. Me embolaba su pinche clase. Leímos Shakespeare (¡Macbeth! ¡Fuselini!) y la poesía del siglo XVII y la Marjorie te explicaba todo con madre.

    Aprendí cómo una misma historia se puede traducir diferente a través de varios medios; cómo el cambiar detalles y elementos externos puede mantener y comunicar la esencia de esa obra (¡Macbeth! ¡Fuselini!). Escribí un ensayo comparando The Taming of the Shrew con 10 Things I Hate About You. Leí ensayos comparando la segunda y la tercera ola del feminismo, y ensayos que cuestionaban si todavía sería necesario (en ese tiempo, todavía estaba muy pendeja para entender que deberían de ofenderme). Descubrí a Fuselini y sus ilustraciones adaptando escenas de Macbeth.

    En algún punto nos puso a leer El Rizo Robado de Alexander Pope y la Profesora Swann nos platicó que Pope estaba burlándose de un escándalo social* de su época, pero que al mismo tiempo era de los primeros autores en describir el trastorno de estrés post-traumático de una víctima de la violación en la literatura (anglosajona eurocéntrica whitepeople). (Pablo, estábamos en Dallas.)

2. El Cabello de Jessica

    *(Un güey que fue a una fiesta en el siglo XVII le encantaba una morra y fue y le cortó una rebanada de pelo. Las fuentes varían en cuánto pelo le cortó. ¿Un pedacito? ¿La mitad de la cabeza? ¿Una cola de caballo completa? La morra estaba lo que le sigue de traumada y su familia (¡ricachona!) hizo berrinche y el final es que los dos jovencitos involucrados terminaron casados (¿¿??)).

    Diferentes niveles al mismo texto.

    Todos seguíamos con la ignorancia de la juventud (y el 2012 era antes del movimiento #metoo) pero Jessica y yo fuimos las más involucradas en la discusión en el salón por el asunto del—

    Cabello.

    Después de la clase, nos quedamos platicando afuera de la puerta del salón y Jessica me contó que cuando tenía dieciséis años su abuela se la llevó a la estética de su comunidad Coreana y le dijo a la esteticista que le dejara el cabello a la barbilla. Jessica no hablaba coreano y creyó que solo le iban a despuntar. Tenía el pelo largo hasta los codos.

     Jessica no me supo explicar porqué se alteró tanto por algo tan estúpido como un corte de cabello. Algo había en que se le rebanó todo sin su consentimiento y le plantó la semilla de la rabia, y que eso fue el comienzo de quebrar con su familia Coreana conservadora.

    Yo sé que es solo el cabello, y que crece, me dijo.

    Pero yo le entendí.

    Le conté a Jessica que cuando yo tenía 18 se me ocurrió cortarme el pelo como niño, cuando previamente lo había tenido hasta el codo también.  Lo hice justo antes de mudarme a Dallas para estudiar la universidad y que nadie sabía lo que era Monterrey, lo que es la cultura mexicana, lo que es la cultura sampetrina. No tenía acento cuando hablaba inglés porque toda la vida lo había practicado con mis primos tejanos y pues una con cara de whitexican y un nombre como Ivonne Ballí— Los gringuitos ni sabían que era mexicana. Por primera vez me convertí en un espacio en blanco. Por primera vez nadie a mi alrededor sabía nada de mí, de mi niñez, de mi familia, del accidente de mi papá, nada de la región de donde venía, de las creencias que cargaba.

    Ah la chingada, Pablo. Sentí la euforia de la libertad por primera vez.

    También sentí la pérdida de la identidad. Ese semestre engordé un chingo y perdí mi cabello y nadie me conocía como la hermana de Juan Antonio, ni quiénes eran mis papás, ni mis abuelos, ni nada.

    Me sentí flotando sin raíces, tratando de decidir a qué me pescaría, pero sin la voluntad de amarrarme a nada en particular.

    Yo creo que fue el cabello. La pérdida de la feminidad.

    En fin, le dije a Jessica que la entendía. Es una pendejada pero importa.

    Nomás platicamos esa vez.

    Después de eso, nos agregamos en redes sociales y descubrí que Jessica compartía todo al internet. Cuando cortó a su familia coreana, cuando se casó con un vato blanco, las dificultades del embarazo y el parto, el divorcio. Describía sus peleas con su abuela matriarca, sus tías, y hasta las peleas con su ex-esposo. En un año obtuvo miles de seguidores y se convirtió en una influencer pop feminista antes de cumplir los 25. Fin.

 

Te dejo, Pablo. Con mucho cariño,

Bony.

La Tercera Carta a Pablo

“Etgar Keret”

 

13 de Noviembre 2020

 

      Querido Pablo,

 

      Es viernes en la noche. Estoy sentada en el sillón leyendo lo último de Etgar Keret (Los Siete Años Buenos), tomando un whisky (ahora soy tomadora moderada), con Pan a mi lado. Ya pasaron las doce.

      Sigo con el vestido rojo fluido puesto, el que me hace sentir como bailarina contemporánea, y me gusta brincotear, tratando de imitar los brincos largos de cisne elegante que veo que hacen los bailarines.

     Le platiqué a mi madre la historia de mi libro perdido de Keret, “The Bus Driver Who Wanted to be God (and Other Stories)".

     Pero la historia empieza antes de eso.

     Cuando estaba en prepa, había un niño creativo artista que me gustaba. Algún día comentó que le gustaba escuchar Tom Waits, así que naturalmente, yo también empecé a escuchar Tom Waits. Desarrollé un afecto, y comencé a ver sus películas. Inevitablemente se me atravesó Wristcutters y la amé, descubrí que estaba basado en un cuento corto por un autor israelí, pedí Bus Driver en línea y descubrí el gozo que es Keret.

     En esa época era cuando me gustaba delinear y escribir notas por todo el libro. Era mi libro favorito. Dos años mas tarde, decidí que me había enamorado de un niño abogado que era el mejor amigo de Juan Antonio de ese entonces, y con las intenciones de deslumbrarlo con mi intelecto y compartir mi más preciado tesoro, le presté mi libro de Bus Driver. Me cortó menos de una semana después. Fue una ruptura embarazosa. Lo suficiente embarazosa que no me atreví pedir mis cosas.

     Unos meses después, festejé un cumpleaños. Invité a Juan Antonio y todos sus amigos (ya que había agarrado fiesta con ellos tantas veces previas y pues cómo no invitarlos) y le dije a mi hermano que invitara a Mateo.

     Hubo una charla corta y educada, y ahora al fin podíamos pretender a gusto que no hubo pedo, y me la pasé bomba esa noche, después de la cual desperté en el sótano acostada sobre uno de los camastros de la alberca, todavía con mis tacones y mi abrigo puesto, y al meter mi mano en el bolsillo encontré un puñado de galletas Ritz que no había terminado de comer. Mayra estaba jetona en el camastro de al lado.

     Años después, le conté esta historia a mi amiga Nelda, mi amiga literaria. Si había alguien que apreciaría mi dilemma literario y comprendería el dolor de perder esa copia específica de Bus Driver, sería ella. Había sido un símbolo de la Ivonne de 20 años, la Ivonne que en ese momento al fin empezaba a escribir historias chidas y hasta se había ganado un par de premios de literatura en la universidad. Esa copia simbolizaba los talleres de escritura, los maestros, el afecto por la edición de los trabajos de mis compañeros de clase. Simbolizaba el descubrimiento de nuevas maneras de crear— todo eso, desperdiciado por un niño con el cual el romance duró menos de un mes.

     Nelda escuchó mi historia y le dio un trago a su bebida.

     —Bueno, dijo. ­–– todavía podrías pedirlo de vuelta. Seguramente lo tiene arrumbado por ahí.

     ––Ah, dije.

     Así que al día siguiente ahí me ves escribiéndole al niño por Facebook pidiéndole que me devolviera mi libro. Sabiendo que probablemente opinaría que sería una excusa patética para intentar revivir el romance. Claro que sabía que me vería patética. Pero estaba dispuesta a esa imagen con tal de recuperar mi libro pedorro.

     Mateo me contestó que sí lo tenía todavía, que lo buscaría, seguramente ahí seguía, y de ahí la conversación se disolvió sin su espina dorsal, y nunca conseguí recuperar mi libro, y tiempo después decidí perder la esperanza y me pedí otra copia del libro en línea.

      Esta nueva copia esta limpia y nueva, sin ninguna marca en ningún lugar, ninguna nota, ningún delineado. Las esquinas de las páginas ni dobladas están. El lomo del libro está sin romper.

      Le eché una ojeada, queriendo que algo me resaltara, y me acordaría de todas las cosas que estaba pensando y sintiendo en esos días que tenía veinte, pero sin el delineado ni las notas, ni cómo.

      Recordé que el libro me había explotado la cabeza. Y ahora no sentía eso tanto.

      Así que la historia de Bus Driver comienza y termina con el amor no correspondido, que da igual. Olvidé esas pasiones tan pronto y tan rápido como comenzaron.

      En fin. Todo esto lo platico para decirte que estoy disfrutando muchísimo los Siete Buenos Años.

Bony

3. Etgar Keret

La Cuarta Carta a Pablo

“Realidad versus Fantasía”

 

29 de Diciembre del 2020

 

      Querido Pablo,

 

      Creo que prefiero las películas y los libros y las historias a la vida real porque la ficción es fácil de entender. Aquí hay un mini universo comprimido donde cada detalle en la pantalla es importante y cada línea de diálogo tiene un propósito, como un rompecabezas.

      La vida real es caótica y desordenada. Siempre están sucediendo mil cosas. No puedo decidir qué se supone que importa, qué información me será útil para el futuro.

      En una historia, todo lo que necesitas para entender qué está pasando está ahí mismo en el texto o en la pantalla, y todo está acomodado de una manera ordenada en un arco narrativo con un comienzo, un nudo, y un desenlace. A veces hasta son predecibles. Las historias son amigables y fáciles de esa manera. El lenguaje de la literatura y del cine, una vez entendido, es universal. Todo tiene su propósito; todos los personajes, los objetos, los conflictos. Están ahí por una razón.

      La vida real no tiene razón. Las cosas pasan. ¿Qué se supone que es importante? ¿Cómo sé cual es la basura de relleno sin sentido? Nada importa, porque todo tiene el potencial de importar.

      Las historias tienen un significado. Muchas veces es un significado sencillo y fácil de deducir, otras veces están abiertas a la interpretación, pero en general siempre van por la misma dirección. La vida real no. Sólo es caos.

      “Las cosas pasan por algo.”

      Ah, pero cómo me zurra esa frase. Es la narrativa que le imponemos a la vida real. Que todo tiene un por qué.

      Me despido. Con mucho amor,

Tu hermana la amargada,

Bony

4. Realidad versus Fantasia

La Quinta Carta a Pablo

“La Secadora”

 

8 de Enero del 2021

 

      Querido Pablo, 

 

      Hay una leyenda urbana de la psicología que no recuerdo de dónde la saqué.

 

      Una morra tenía algún tipo de trastorno de ansiedad en el cual se la pasaba pensado si había desenchufado su secadora de pelo después de usarla en las mañanas, y le daba miedo que se le fuera quemar su casa. Se la pasaba angustiada por la secadora todo el día, no se podía concentrar en las conversaciones frente a ella o estar presente, se regresaba temprano de eventos sociales a su casa a checar, su rendimiento en el trabajo en el piso pues se salía a cada rato, lo que tu quieras. 

      Fue a terapia a arreglarlo, a tratar de averiguar qué agujero tenía dentro que le causara la obsesión con la secadora. ¿Qué significa la secadora? Le preguntaba al psiquiatra, ¿Por qué siempre dudo si la desenchufé o no? La diagnosticaron con cualquier chingadera, la pusieron a hacer ejercicios mentales, empezó a tomar medicamento: nada le sirvió de nada. 

      Un día simplemente metió la secadora a su bolsa y se fue a trabajar. Y cada vez que sentía ansiedad, metía la mano en su bolsa y tocaba la secadora. ¡Santo remedio! Finalmente su ansiedad se hizo manejable porque nomás tocaba la secadora y sabía que estaba desenchufada. Mejoró en el trabajo, sus amistades se hicieron más fuertes, y se sentía más en paz. Y claro, el peso de cargar la pinche secadora todo el día estaba de hueva, pero era lo que funcionaba. Fin. 

      La neta me gusta un chingo esta historia. He ido a terapia, he tomado medicamento, he leído esos libros puñetas de self-help y he tratado de analizar lógicamente mis miedos y mis inseguridades. 

      Pablo, creo que ya entendí. 

      Yo jalo cargar con la pinche secadora a todos lados. Está bien. Y cuando necesite meter la mano en la bolsa y tocarla para saber que está desenchufada, me sentiré tranquila, y así, hasta la siguiente vez que necesite tocar la secadora, una y otra vez, hasta llegar a la tumba. 

      Te mando un abrazo, Pablo, 

Tu hermana la loca,

Bony

5. La Secadora

La Sexta Carta a Pablo

“El Hubiera”

 

30 de Enero del 2021

 

 

      Querido Pablo,

 

      Así nos recuerdo, en un universo alterno donde existimos los nueve. 

 

      Tú fuiste el primero y el mayor. Naciste con una cierta dulzura en tu alma. Desde bebé eras muy empático, te gustaba ayudar a los otros niños del kinder, eras el primero en acercarte si algún güerco estaba llorando, y así trataste el mundo desde entonces. Te convertiste en el líder natural de la tribu que creció y creció.  Eras el mediador de los pleitos y peleas, te acercabas diciendo a ver, qué pedo, ¿qué traen? Aplacabas rabias y ponías orden en el caos. 

      Y cuando me inventaba historias y chingaderas, tú me escuchabas sin juzgar, y me alentabas a seguir creando, pues entendiste que era mi manera de expresarme, que yo nací con mil historias y sentimientos e ideas en la cabeza y que para sacar las buenas primero tenía que aprender a sacar las malas. 

 

      Juan Antonio es el segundo. Juan Antonio era el pinche sol y yo sólo quería seguirlo a todos lados. Yo lo idolatraba, lo que dijera Juan Antonio era la ley. Carismático, amiguero, Juan Antonio te convencía de lo que sea y movía multitudes con la pura influencia que ejercía sobre la gente: si él decía nos vamos pa’ca, pues era pa’ca, e íbamos felices. Por todos lados me conocían cómo la hermanita de Ballí, porque todomundo conocía a Juan Antonio. Juan Antonio tenía una manera bizarra de entender a la gente, saber qué quieren, y sus inseguridades. Me sentía protegida. No he visto alguien con tanto talento para desconchinflar egos como Juan Antonio. Yo admiraba ese poder. Quería aprenderlo por mí misma. 

      Todo eso, Pablo, hasta que crecimos y se rompió el encanto.

 

      Yo llegué al mundo con Rosa y Gerardo atados a mí por el cordón umbilical. Éramos demasiado diferentes: Rosa era coqueta y siempre con amigas, a Gerardo le gustaba el basquetbol, y yo andaba metida en mis libros. 

      Rosa y yo chocábamos mucho; yo me moría por ser ella y a ella le daba flojera cómo me le colgaba. Yo era intensa y pilluda, ella era elegante y trucha. 

      En sexto de primaria, cuando me arreglaba para la primera reu a la que me habían invitado, Rosa me veía de reojo en el baño que compartíamos. Ella se planchaba el pelo y yo intentaba imitar el peinado de Arwen del Señor de los Anillos.

      Ingas, Bony, ¿en serio te vas a ir así?  Me preguntó, y ella me peinó, me maquilló, y me prestó un outfit.  

      Le gustaban los planes sociales, ir a las fiestas, y que la vieran. Era cero de la escuela ni fue de buenas calificaciones, pero era buena para negociar. Le gustaba el dinero. Siempre estaba vendiendo quequitos, zapatos, maquillaje, y antes de graduarse ya estaba inventando negocios. Era picky con sus novios, salía con uno y lo olvidaba, para el siguiente fin de semana ya estaba saliendo con otro. 

Se terminó casando con un tipo mamón, machista, y con lana. El güey me caía gordo y me intimidaba un poco. Siempre sentí tristeza que no se había casado con su novio anterior: un tipo noble que se dejaba mangonear por Rosa, estúpidamente enamorado, que nunca pudo creer su buena suerte al lograr atrapar su atención, aunque sólo fueron unos meses. 

 

      Gerardo fue el más serio de todos, el más tradicional. Valoraba las buenas costumbres. Era responsable y servicial, le echaba ganas a la escuela y luego le echó ganas al trabajo. 

      No cuestionaba las normas sociales ni vió la necesidad de que hubiera un cambio. La rutina le hacía bien. A Gera le gustaba el orden, que todo estuviera en su lugar, y que todos siguiéramos las reglas establecidas. Le gustaban las reglas pues le eran fáciles de entender y creía tanto que los juegos como la vida deberían de ser justos. No había nada que enfureciera más a Gera que la gente tramposa o que se pasara de lista. 

      Los amigos de Gera fueron los mismos desde la primaria. En las tardes después de la escuela jugaban basquetbol, y esa costumbre la llevaron a su edad adulta, separando los jueves a las siete de la tarde para un juego amigable y luego terminar con cheves o carne asada en casa de alguno. Le gustaban los planes caseros. Tuvo una novia durante toda la prepa y otra durante toda la universidad. No le gustaba estar soltero. 

      Gera y yo podíamos sentarnos juntos, callados, sin hablar. Los dos disfrutábamos eso; cuando ponía algún juego en la tele me acercaba yo con mi laptop, cómo si el sonido de los gritos y aplausos del público de la tele me llamaran.

      ¿Quién juega? Le preguntaba sin tener interés de verdad.

      Knicks contra Bulls, me decía. No sabía quienes eran ninguno de los dos equipos.

      Chido, contestaba. Y me instalaba en el sofá con mi laptop a internetear.  

      Éramos introvertidos pero con pocos temas en común; nos entendíamos pero no conectábamos. No le interesaba llamar la atención ni sobresalir— Rosa simplemente nos opacaba a los dos y estábamos acostumbrados. 

 

      Martha, la sexta, era la Suiza de los Ballí Pérez. Disfrutaba aprender cosas nuevas, las clases de la escuela, los documentales, y la lectura. Leyó toda la colección de National Geographic que tenía mi mamá en su librero e incluso leía los clásicos mucho antes de que yo los descubriera (Qué te digo, Pablo, mis gustos literarios incluyen mucha basura). Martha no era particularmente guapa, usaba lentes y nunca pareció frustrarle ni importarle su apariencia física, ni le importaba cuando la comparaban con Rosa (cosa que a mí me engorilaba hasta los cielos). Con Martha podía platicar y pedirle su opinión. Ella daba muy buenos consejos. Raramente se metía en pleitos pues era muy sosegada, ni inspiraba a nadie que le hiciera burlas, ni tampoco las hacía. 

      Martha tenía mucha inteligencia emocional, y lo poco que desarrollé lo aprendí de ella. Nunca la vi perder jeta— No que Martha no batallara ni tuviera sus pedacitos de rabietas y tristezas, simplemente era una persona muy llevadera y que pasaba por los altos y bajos entendiendo las cosas como eran. 

     Tienes la empatía para querer ayudar y acercarte, pero la sangre fría para que no te derrumbes frente al dolor y la miseria, le dije en algún punto. Creo que ya para entonces ya llevaba varios años estudiando medicina y ya empezaba con la residencia. 

 

      Ernesto, el séptimo, batalló muchísimo para entender el mundo y eso le frustraba. Quería que el mundo fuera cómo el quisiera y no entendía por qué no podía ser así. Se la pasaba chocando con la realidad y enojado por eso. Era igual de raro y malentendido que yo en su niñez, tema que usábamos para echarnos carrilla en la adolescencia cuando entablamos una amistad. Coincidimos primero por el anime: Ernesto me criticaba mi Inuyasha y Fruits Basket y a mí me daba hueva su Naruto y Death Note. Le gustaba hacerse el gringo igual que yo, y compartíamos un amor por la cultura pop gringa. Nos hablábamos en inglés, aunque lo hacíamos en privado, porque el resto de los hermanos se burlarían de nosotros por ser tan puñetas.

      El Ernie quería tener amigos, pero no sabía cómo ser carismático como Juan Antonio o atraer como Rosa. Les envidiaba eso, y les tiraba caca— caca que regresaban ellos con indiferencia, crueldad, y sin esfuerzo. Ernesto siempre perdía cualquier discusión con ellos. 

      Era fácil hacerlo enojar pues era muy inseguro, y lo trataba de ocultar con agresividad. Fue bien peleonero en la prepa. Decía que le daba hueva el antro, pero cuando lo llevaban se ponía bien pedo y siempre la andaba cagando. 

      Ernie era culto e internetero; se sabía todos los rincones súper perturbadores del deep web y aprendió a programar desde chiquito. Tenía intereses fuera de lo común y le gustaba la idea de aprender de otras culturas para “ver opciones”. Le gustaba criticar la cultura regia, le encantaba decir que Monterrey es un rancho y que todos aquí son de mente chiquita, que las niñas regias son todas igual de materialistas y superficiales sin entender que más bien corrían de él por que el pobre era incapaz de verlas como personas. Seguido teníamos conversaciones de esto. Me decía que todas las mujeres menos yo, Martha y su madre santa eran iguales, y yo le contestaba, mira, qué curioso que las únicas tres mujeres buena onda en toda la ciudad terminaron en tu familia, what are the odds of that?

      Hasta tú le decías: ya, Ernie, relájate, qué hueva. Si dejas de tratar al mundo cómo si te fuera a atacar, vas a ver que se empieza a acercar la gente. 

      Ernie finalmente encontró amistad en un grupo de amigos marihuanos a finales de prepa. En algún punto me invitó a fumar con ellos y eran de esos intelectuales insoportables que si no habías leído Hegel te hacían chiquito todo que intentaras contribuir a la conversación. Cuando los invitaba a la casa les daba la vuelta aunque Ernie siempre me insistía que me sentara un rato. 

      Tan pronto pudo Ernesto se fue a estudiar fuera y ahí fue donde se encontró, se relajó, y logró hacer amigos chidos. No regresaba más que para las vacaciones y de visita, y se quedó trabajando fuera de Monterrey el resto de su vida. 

      Hasta el día de hoy no he leído Hegel.

 

      Alida y María fueron las últimas. Entraron a éste mundo juntas y vagaban por él juntas, haciendo equipo natural para defenderse pues eran las menores. Yo siempre les envidié eso: que ninguna de las dos cuestionaba que fueran equipo, cosa que nunca logré con Rosa y Gerardo. Alida y María eran salvajes, defensivas, listas para morderte si percibían una amenaza.

      Alida brilló con un amarillo neón intenso desde que nació, y María la seguía pintada de un rosa pálido. Nacieron tan pelonas, pálidas y translúcidas que se les marcaban las venas por todos lados, hasta en los párpados. Parecían pájaros desplumados con lo largas y flacas que eran, y sin ceja traían cara de sorprendidas permanente. Siempre pensé en Alida como un canario que nunca para de cantar, y Alida siempre ha tenido muchas cosas que contar y cantar. Desarrollamos la costumbre de llamarle Alita de Pollo, y con ese cabello amarillo, cómo no hacer la comparación.

      Ali era la líder natural de las dos, y María le hacía segunda en todo sin cuestionar. María y yo compartíamos que éramos las más pasivas de la familia: un poquito distraídas, indecisas, dejando que todos los demás decidieran por nosotros y receptivas a recibir órdenes. Más que todo, un toque de los ojos vacíos, ese yo no estoy aquí

 

      Ya mero llegamos al final, Pablo. 

 

Con mucho amor,

Tu hermana Bony

6. El Hubiera

La Séptima Carta a Pablo

“Yo Sólo Estoy De Visita”

 

4 de Febrero del 2021

 

      Querido Pablo, 

 

      Me siento rodeada y amada por todos estos nuevos hermanos. Murmuran y vibran alrededor de mí con el placer de haber sido traídos a la existencia. Siento su presencia como si me estuvieran saludando desde un universo alterno.

      Si pienso que estoy loca o esquizofrénica. No descarto que el aislamiento de la pandemia me habrá hecho perder jeta y que a falta de contacto social verdadero decidí inventarme amigos imaginarios como cuando era chiquita.

      Supongo que es la necesidad de cada ser humano inventar chingaderas para sentirse amados, protegidos y con propósito. Yo nunca fui de iglesia, ni de Dios me ama, ni de Jesús me protege, ni de santos y mártires— esas historias nunca me funcionaron. Inevitable inventarme unas nuevas y aferrarme a ellas con tanta vehemencia. Entenderme a través de lo que proyecto a las personalidades y maneras de ser de mis hermanos imaginarios, sus preferencias, y sus esencias.

      Y será el furor de mi creencia (y hay gente que antes muerta que soltar su fé católica, yo no seré tan rara), pero alucino que siento su amor y apoyo y comprensión (qué divino el efecto placebo para la salud mental, ¿no?). Siento su energía como una vibración o un ritmo, un sonido como de abejas, murmurando hmmmm- hmmm cómo si meciéndose suavemente con la satisfacción de haber sido reconocidos al fin. Y les invento historias y los pienso con tanta intensidad que puedo imaginarme sus caras. 

      Sentir cómo Rosa viene y va, me empuja o me ignora, y a veces, cuando ve que lo necesito, me da unas palabras con afecto. 

Creo que cuando pienso en Rosa, en esta hermana gemela mía invisible (y ella es cruel y rencorosa tantas veces como es comprensiva y alentadora), es la nostalgia de lo que nunca fue, de querer que ella me guíe y me diga qué hacer. Rosa siempre sabe todo. 

 

      Te pienso en las mañanas me siento un poco perdida, Pablo, que batallo en acordarme qué se supone que debería de estar haciendo, a dónde se supone que debo ir. A veces me tardo días en regresar. Sé que Roge se da cuenta, me llama de regreso al Planeta Tierra, y yo resisto. Quiero quedarme en éste universo un ratito más. 

      Pero qué más da, Pablo. Yo no vivo aquí. Yo sólo estoy de visita. 

      Dale un fuerte abrazo a todos de mi parte,

 

 

Bony

7. Yo Solo Estoy de Visita

La Octava y Última Carta a Pablo

“La Despedida”

 

10 de Marzo del 2021

 

 

      Querido Pablo,

 

      En algún punto me dijiste que me he estado colgando de gente y de ideas y de historias, como si estuviera colgada del cuello, queriendo que me cargaran y me arrastraran con ellos. De Roge, de Rosa, de mi mamá y papá, de tí, en particular. Todas estas supersticiones y manías y rituales, creyendo que esto me va proteger. 

      Y he estado cargando muchos miedos: ¿y si a Roge le pasa algo? ¿Si lo atropellan en la bici y quedo viuda? ¿Y si tenemos hijos con necesidades especiales? (no puedo, Pablo, no puedo, no puedo) Y ya desde hace algunos años cargaba con la fobia hacia personas con necesidades especiales, porque me recordaban a Papá con su silla de ruedas y sus ojos deshabitados. Veía al mundo y sentía cansancio, no acababa nunca el duelo (El luto, Pablo, el luto constante, pesado y exhausto, me podría morir). Yo creo que por eso corría hacia ustedes, hacia las historias, la fantasía, mis narrativas, incluso mi propio arte, para escudarme y olvidarme. 

      Siempre me han fascinado las historias de universos paralelos y de dimensiones alternas: la cuestión de ¿cómo sería? Me daban ataques de rabía: ¿Y si mi papá no se hubiera subido a esa avioneta con un pendejo de 22 años? ¿Dónde estaría yo si nunca hubiera conocido a mi Roge? ¿Qué habría sido de Juan Antonio si tú no te hubieras disuelto? ¿Alida hubiera llegado a existir si Rosa y Gerardo hubieran logrado nacer conmigo? ¿Cómo sería ella si María hubiera sobrevivido? Nunca pudimos haber existido los nueve al mismo tiempo; eso lo sé. El hecho está en que en este plano del universo sólo existimos Juan Antonio, Alida, y yo. 

      Me he estado colgando ya mucho tiempo de esta dimensión en la que se me hacen los ojos vacíos. En el escapismo, en el yo no estoy realmente aquí.

      La vida es caótica y nada tiene sentido, no hay un por qué, todo pasa y no hay un propósito, todos estamos vagando en este planeta sin saber por qué, y eso está bien. Nunca sabré el por qué de las cosas. 

      El tío Beto una vez me dijo nada significa nada más que lo que tú decides que significa. Me cayó bien gordo en el momento. Algún problema universitario le habría estado contando y deseaba otra respuesta, pero por alguna razón ya pasaron diez años y me sigo acordando de esa frase. 

      Sigo en búsqueda de ese sentimiento de protección, de perderle miedo al futuro, de convencerme que todo va estar bien y que jamás volverá a suceder algo malo, que el destino guarda un propósito. Nunca lo he encontrado, así que he decidido inventármelo. ¿Me los traje yo a ustedes a este plano de la existencia o viajé yo hacia ustedes como si me hubieran llamado?  Los humanos somos seres narrativos, nos hemos inventado religiones y mitos y leyendas. En todas las culturas el mismo tipo de historia se repite. Escribimos libros y hacemos películas y creamos arte. Nos contamos historias de lo que nos sucedió y les imponemos significado, nos convencemos que las cosas tenían que suceder así porque el concepto de que “sólo sucedió” es aterrador. 

      Mis hermanos imaginarios sólo son un reflejo de mí, de mis proyecciones a mi familia, ellos pueden ser exactamente como los quiero y que expresen exactamente lo que yo siento. Rosa y yo somos un espejo: a ella la convertí en todo lo que nunca fui, y nunca seré, y ahora dejo ir. 

      Aquí la que está mal soy yo: yo nací queriendo que el mundo fuera como yo quiero y descubrir que nunca lo será me causó un luto eterno. Tuve que entender que estaba proyectando yo al mundo, que las carencias que le veía eran verdaderamente las mías.

La respuesta al final es aceptarlo todo como es. Y si tengo que inventar hubieras para lograrlo pues eso haré. Cualquier gimnasia mental que tenga que hacer para salir adelante y sobrevivir: ya no quiero vivir en luto, Pablo. 

      Toda esa proyección, todo ese amor, toda esa frustración, mis miedos y ansiedades, todas mis inseguridades, todo ese idealismo, te los doy a ti, Pablo. Te lo entrego todo, son tuyos, ahora te pertenecen. No puedo cambiar el planeta ni la realidad pero puedo inventar nuevos santos y ángeles y entregarles toda esa necesidad de idealismo: tú eres exactamente como quiero que seas, como necesito que seas, y así puedo yo soltar todo lo demás. Tú serás ese pedacito de hubiera.

      Así que me despido de tí. 

 

      Te imagino como un día cálido de verano en la Presa de la Boca al meterse el sol. Brilla el tipo de luz que nos envuelve y nos rodea, atraviesa nuestras orejas y las pone rojas. Nos pica los ojos y subimos las manos, bizqueando. Pasamos un día largo jugando y corriendo, entrando y saliendo del agua para refrescarnos. No hubo una sola nube en todo el día, y en la noche, después de bañarnos, descubriremos que tenemos los hombros rojos quemados del sol. Los grillos gritan fuertísimo. Llevamos la barbilla y el cuello pegajosos del jugo de sandía que se nos escurrió cuando nos repartieron rebanadas a todos. Antes de treparnos a la Suburban volteamos a ver la nube negra de los murciélagos pasar por arriba de nuestras cabezas, haciendo su chirrido. Seguimos con el traje de baño puesto y hasta empieza a calarnos pues no alcanzamos a secarnos por completo y lo hemos llevado puesto todo el día. Nos subimos descalzos y con los pies marranos, nos acomodamos unos arriba de otros, ni nos ponemos el cinto de seguridad. Y mientras nos arrullamos con el movimiento de la Suburban, apoyo mi cabeza en la ventana y miro las estrellas. 

 

      Te quiero mucho, Pablo. Cuídate. Gracias por la visita. Hasta pronto, y nos veremos en la siguiente. 

Tu hermana, 

Ivonne.

8. La Despedida
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