¿Cuántas veces no hemos deseado que la cosas sean distintas? ¿Y si yo no fuera así? ¿Y si mis padres y hermanos fueran otros? ¿Porque no pueden ser como necesitamos que sean? ¿Porque si quiera pienso que tienen algo mal?
Dentro de estos cuestionamientos llega un momento en el que empezamos a fantasear en los hubiera y nos adentramos a un estado de ensoñación diurna en un mundo en el cual todo estuviera a nuestro favor y no fuese tan pesado vivir en él, una gran ficción en la que somos el guionista, creamos un universo alterno en el que la imperfección no existe, donde nosotros, nuestros padres, hermanos, conocidos, son justo lo que necesitamos que sean, unos seres mágicos que siempre están listos como algo milagroso y todopoderoso, casi inhumano.
Dentro de este mundo ficticio viajamos por un breve momento, justo cuando todo lo que sucede en la realidad se empieza a desbordar; cualquiera diría que estoy escapando de mis problemas, cualquiera diría que soy cobarde, pero realmente no saben lo bien que me hace escaparme a este mundo tan controlado, tan tranquilo, tan tierno, ya que dentro de esta ficción los problemas empiezan a tener claridad, veo las variables, dejo de castigar a mis hermanos, mi familia, por lo que son, los convierto en objetos y en entidades distintas para lograr reconocerlos y humanizarlos, los acepto, dejo de añorar lo que no fue, me suelto del brazo dándome un respiro, acepto mi duelo y mi dolor hacia esta vida, la cual se sobresale de mi y arrasa con todo, realmente no escapo de mis problemas los llevo conmigo a este lugar y sin darme cuenta en esta estadía los he trabajado, estas preocupaciones están domadas por el momento, tal vez y es buen tiempo de regresar a la realidad.
Pablo, que nadie te diga que la ficción, fantasía y el arte no son vehículos para sanar, gracias a esto te cree y no sabes cuanto me has ayudado, hasta pronto.
Cecilia Colunga